El pasado 29 de mayo, los presidentes de Bielorrusia, Rusia y Kazajstán, reunidos en Astaná, la capital de este último país, suscribieron el acuerdo de creación de la denominada Unión Económica Euroasiática. Se trata de un mercado común que, en principio, comenzaría a funcionar el primero de enero de 2015, en el cual habría libre movimiento de capitales, mercancías, servicios y mano de obra. Sin duda, la importancia de este evento, considerado por el propio Putin como “el acontecimiento central del año” tiene que ver no sólo con la integración económica de un mercado de 170 millones de habitantes bajo la intención de convertirlo en un “potente y atractivo polo de desarrollo económico” sino, más aún, con que concentra el 20% de las reservas mundiales de gas y hasta el 15% de las reservas petroleras del planeta.
El anuncio se produce prácticamente una semana después de que el gobierno ruso sellara un importante y multimillonario acuerdo de compraventa de gas con China y, por tanto, en el contexto de acciones por parte de Moscú no sólo para consolidar su presencia en Asia, sino para contrarrestar el impacto negativo de las sanciones occidentales relacionadas con su papel en la crisis política que vive Ucrania. Si bien, la idea original de este acuerdo provino hace prácticamente dos décadas del presidente kazajo Nursultán Nazarbáyev durante un discurso en 1994 en la Universidad Estatal de Moscú, lo cierto es que Rusia lo ha presentado como un gran éxito de su política exterior y concretamente un logro de su política de construcción de esquemas de cooperación e intercambio con algunas de las ex repúblicas soviéticas.